"Hoy he recibido un chat que realmente me ha impactado porque describe una inquietante verdad acerca del momento que estamos viviendo, que nos invita a reflexionar seriamente y, lo he resumido así:
Tenemos una generación extraña que pone a los hijos en la guardería, a los padres en el asilo y saca a pasear a diario a los perros. Una generación que está conectada con el mundo pero desconectada con el corazón. Los niños crecen con la voluntad de la maestra porque la madre no tiene tiempo. Antes, los hijos eran el centro del hogar y los padres el corazón de la familia. Vivimos rodeados de gente, pero cada vez más solos. Las caricias se han convertido en fríos mensajes, no hay tiempo. Los padres esperan ansiosos una llamada que nunca llega, un te quiero de vez en cuando. Se cuida al perro más que al ser que nos dio la vida. No hay tiempo para escuchar ni paciencia para esperar. Ningún logro profesional vale más que una madre feliz. Todo es rápido, inmediato, desechable, hasta las relaciones de pareja, de amistad y, mientras más avanzamos en tecnología más retrocedemos en afecto. El amor no se demuestra con regalos, con fotos ni palabras bonitas en redes sociales. El amor no cuesta, es lo más valioso. El amor requiere tiempo, voluntad y escucha. La tecnología no es mala, el problema es que reemplaza al contacto humano, a un abrazo, a una caricia. Las emociones siguen siendo las mismas: cargadas de buenas vibras, intimas, familiares, tiernas y vivas.
Los niños no necesitan juguetes caros sino padres que los abracen, que los valoren, que les entreguen tiempo. Los abuelos no necesitan dinero, necesitan que los visiten, que los escuchen contar la misma historia de siempre.
Los valores no se heredan con palabras sino con ejemplos. Tenemos una generación extraña, si, pero aún estamos a tiempo de cambiarla. De recordar que los padres no son eternos, que los hijos crecen rápido. Cuidemos los vínculos, valoremos a quien nos acompaña. No hay mayor modernidad que aprender a amar sin distracciones. Quizá no podamos cambiar al mundo pero sí podemos empezar por casa, volver a los abrazos sin prisa, a cuidar a los hijos con amor, ternura, comprensión y no con pantallas. El día que aprendamos a priorizar el amor, esa será la verdadera evolución de la humanidad.
Así sea."
Tenemos una generación extraña que pone a los hijos en la guardería, a los padres en el asilo y saca a pasear a diario a los perros. Una generación que está conectada con el mundo pero desconectada con el corazón. Los niños crecen con la voluntad de la maestra porque la madre no tiene tiempo. Antes, los hijos eran el centro del hogar y los padres el corazón de la familia. Vivimos rodeados de gente, pero cada vez más solos. Las caricias se han convertido en fríos mensajes, no hay tiempo. Los padres esperan ansiosos una llamada que nunca llega, un te quiero de vez en cuando. Se cuida al perro más que al ser que nos dio la vida. No hay tiempo para escuchar ni paciencia para esperar. Ningún logro profesional vale más que una madre feliz. Todo es rápido, inmediato, desechable, hasta las relaciones de pareja, de amistad y, mientras más avanzamos en tecnología más retrocedemos en afecto. El amor no se demuestra con regalos, con fotos ni palabras bonitas en redes sociales. El amor no cuesta, es lo más valioso. El amor requiere tiempo, voluntad y escucha. La tecnología no es mala, el problema es que reemplaza al contacto humano, a un abrazo, a una caricia. Las emociones siguen siendo las mismas: cargadas de buenas vibras, intimas, familiares, tiernas y vivas.
Los niños no necesitan juguetes caros sino padres que los abracen, que los valoren, que les entreguen tiempo. Los abuelos no necesitan dinero, necesitan que los visiten, que los escuchen contar la misma historia de siempre.
Los valores no se heredan con palabras sino con ejemplos. Tenemos una generación extraña, si, pero aún estamos a tiempo de cambiarla. De recordar que los padres no son eternos, que los hijos crecen rápido. Cuidemos los vínculos, valoremos a quien nos acompaña. No hay mayor modernidad que aprender a amar sin distracciones. Quizá no podamos cambiar al mundo pero sí podemos empezar por casa, volver a los abrazos sin prisa, a cuidar a los hijos con amor, ternura, comprensión y no con pantallas. El día que aprendamos a priorizar el amor, esa será la verdadera evolución de la humanidad.
Así sea."
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