La libertad, un valor fundamental por el que se
ha luchado desde inicios de la humanidad. Nos encontramos ante el valor más
comprometido y más frágil, el más deseado y a la vez, el más temido; el que nos
trae las mayores satisfacciones y los mayores disgustos, el que se presta a
chantajes y abusos. Es el valor que marca nuestras vidas.
Todos queremos ser libres, pero como seres
humanos estamos sometidos a condiciones anatómicas, físicas, temporales, de
espacio, sobre las que nuestra voluntad puede intervenir poco o nada. El frio,
el calor, el hambre, el sueño, el cansancio, la digestión, las enfermedades, el
placer, el amor, el dolor, los cambios del planeta, la muerte, nos avasallan.
Como seres humanos, somos racionales, capaces de
pensar, sopesar, valorar, decidir, imaginar y por ello, la vida nos premia o
nos castiga. Es el fruto de nuestra libertad que nos permite deliberar sobre
nuestros actos, de lo que por ella pudimos hacerlo en forma óptima, o podríamos
haberlo hecho mejor o no haberlo hecho. Sin la libertad sería imposible hablar
de derechos y obligaciones, simplemente, no existirían leyes.
La libertad definitivamente va vinculada al resto
de valores humanos y es peligrosa si anda suelta. La hipertrofia de cualquier
valor es perjudicial pero, la hipertrofia de la libertad, es fatal. Ser libre es aprender a actuar, a elegir, a
respetar la libertad de los demás, a ser feliz, a dudar, a aceptar los errores,
las consecuencias de nuestras decisiones,
a no extrañarnos de habernos equivocado, a arrepentirse, a pedir perdón.
Parece paradójico, en la era de la cibernética, la libertad ha
trastocado su verdadero valor. Nos hemos hecho adictos a la tv., no podemos
imaginar la vida sin un celular, sin la tablet, vivimos sometidos a aparatos electrónicos,
a programas que nos obligan a declinar nuestra libertad, nuestro tiempo,
manipulan nuestros sentimientos, el verdadero yo para caer en el egocentrismo.
La globalización nos ha quitado la privacidad, somos un número que en cualquier
lugar del mundo nos identifica.
Nos vemos absorbidos por el materialismo. Los
objetos fueron hechos para ser usados y los seres humanos fuimos creados para
dar y recibir amor. El mundo está enfermo, está mal, porque se aman y se da
prioridad a los objetos y se usan y abusan de las personas. Los diferentes
tipos de droga están acabando con la personalidad, con la vida y otras drogas disfrazadas
en la moda, las marcas, la publicidad, el libertinaje en todos los ámbitos, el
amor empobrecido a su máxima expresión, la violencia, la vulgaridad y la grosería
como trofeos de las nuevas generaciones.
La droga del poder político, económico, social
que da cabida para que nos manejemos como piezas de ajedrez, que se mueven al
antojo, sin medir consecuencias, el asunto es ganar, ganar y ganar. Me
pregunto, quien? Somos seres de paso y la historia está plagada de grandes hazañas
que han dejado “triunfos”, muerte y desolación.
Qué paso con el sentido esencial de “familia”, de
hogar, de pareja. Donde quedó el respeto a padres e hijos, a los ancianos, las autoridades, etc. Qué mundo estamos
dejando a nuestros descendientes? Debo ser optimista al pensar que al estar
pisando fondo, como seres pensantes vamos a sacudirnos para rescatar las cosas
buenas y sencillas que nos da la vida, que viven en nosotros y por las que nos
desesperamos buscando.
Hagamos un pare, en el hermoso silencio de
nuestra intimidad y pensemos sinceramente, de qué libertad estoy hablando para
mí, para los míos, los que me rodean, para los que me debo como cristiana,
ciudadana común, voluntaria Kiwanis.
Hagamos buen uso de la maravillosa era de las
comunicaciones y enriquezcámonos con lo verdaderamente importante para nuestras
vidas. Una gran oradora nos decía: “mucha gente tiene tantas carreras que ya
parece taxista, pero su yo interior esta vacío, triste, insatisfecho”.
Solo es libre el ser que piensa y es libre porque
puede decidir sobre sí mismo.
Betty de Espinosa
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